Sobre mí

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Escucha la entrevista que me hicieron este verano en Extremadura Radio.

Desde el momento mismo en que nací hasta el sol que hoy nos alumbra he tratado de averiguar qué narices venía yo a hacer a este mundo.

Y siempre he pensado que molaría formar parte de un plan, de algún designio mayor, de una estrategia elaborada por sesudos pensadores que, tras años de estudio, concluyera con un instante mágico en el cual mi mera existencia cobrara un sentido completo y, con un poquito de suerte, cierta vanidosa brillantez.

En lo que tal cosa sucede, o no, vaya usted a saber, he ido ocupando mi tiempo en distintas actividades, a cual más peregrina, en principio para entretenerme y no estar ocioso, que el tiempo libre lo carga el diablo, y luego para ganarme el sustento y no pasar hambre ni frío, que son cosas muy desagradables que hay que evitar en la medida de lo posible.

Así, he sido cartero, panadero, agente de seguros, vendedor de libros a domicilio, fotógrafo, promotor de conciertos, programador cultural, jefe de gabinete y consultor.

Y debo decirles, no sin falsa modestia, que he ejercido todas esas actividades con un grado de mediocridad rayano en la perfección. Lo cual no ha sido óbice para que comiera con una regularidad más que aceptable, a veces incluyendo postre, y evitara exponer mis desabridos huesos a las inclemencias del tiempo.

Pero hete aquí que, a los cuarenta y seis años bien contados, el objetivo final de mi existencia, el ansiado porqué de mi llegada a este valle de lágrimas, sigue siendo un misterio, no ya para mí, que soy bastante obtuso, si no también para todos aquellos que me rodean y a los cuales, en más de una ocasión, he sorprendido mirándome con expresiones que equivalían a una interrogación dirigida a mi persona y a la justificación de mi existencia misma.

Y no les culpo, pues su ignorancia y la mía son primas hermanas y conozco a más de uno cuya presencia en la tierra no tiene defensa posible.

Pero ya que estoy aquí, y viendo que no parece que mi misión en la vida vaya a desvelarse en breve tiempo, he decidido, una vez más, ocupar parte del mismo en algo inútil y sin sentido: dejar constancia de que en ciertas ocasiones, no demasiadas, tuve algo que decir y, a falta de quién me escuchara, opté por hacerlo público, que suele ser la mejor forma de que nadie te tome en cuenta, te haga caso alguno, ni estime tu opinión.

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Desde el momento mismo en que nací hasta el sol que hoy nos alumbra he tratado de averiguar qué narices venía yo a hacer a este mundo.

Y siempre he pensado que molaría formar parte de un plan, de algún designio mayor, de una estrategia elaborada por sesudos pensadores que, tras años de estudio, concluyera con un instante mágico en el cual mi mera existencia cobrara un sentido completo y, con un poquito de suerte, cierta vanidosa brillantez.

En lo que tal cosa sucede, o no, vaya usted a saber, he ido ocupando mi tiempo en distintas actividades, a cual más peregrina, en principio para entretenerme y no estar ocioso, que el tiempo libre lo carga el diablo, y luego para ganarme el sustento y no pasar hambre ni frío, que son cosas muy desagradables que hay que evitar en la medida de lo posible.

Así, he sido cartero, panadero, agente de seguros, vendedor de libros a domicilio, fotógrafo, promotor de conciertos, programador cultural, jefe de gabinete y consultor.

Y debo decirles, no sin falsa modestia, que he ejercido todas esas actividades con un grado de mediocridad rayano en la perfección. Lo cual no ha sido óbice para que comiera con una regularidad más que aceptable, a veces incluyendo postre, y evitara exponer mis desabridos huesos a las inclemencias del tiempo.

Pero hete aquí que, a los cuarenta y seis años bien contados, el objetivo final de mi existencia, el ansiado porqué de mi llegada a este valle de lágrimas, sigue siendo un misterio, no ya para mí, que soy bastante obtuso, si no también para todos aquellos que me rodean y a los cuales, en más de una ocasión, he sorprendido mirándome con expresiones que equivalían a una interrogación dirigida a mi persona y a la justificación de mi existencia misma.

Y no les culpo, pues su ignorancia y la mía son primas hermanas y conozco a más de uno cuya presencia en la tierra no tiene defensa posible.

Pero ya que estoy aquí, y viendo que no parece que mi misión en la vida vaya a desvelarse en breve tiempo, he decidido, una vez más, ocupar parte del mismo en algo inútil y sin sentido: dejar constancia de que en ciertas ocasiones, no demasiadas, tuve algo que decir y, a falta de quién me escuchara, opté por hacerlo público, que suele ser la mejor forma de que nadie te tome en cuenta, te haga caso alguno, ni estime tu opinión.